Estaba sentada a la sombra del toldo verde oscuro de un café, contemplando la Rue des Francs Bourgeois, mientras el tibio sol del otoño parisino me daba a un lado de la cara. Frente a mí el camarero había depositado, con una eficacia típicamente francesa, un plato de cruasanes y una taza grande de café. En la calle, a unos cien metros, dos ciclistas se detuvieron cerca del semáforo y entablaron una conversación. Uno llevaba una mochila azul de la que sobresalían dos baguetes formando un ángulo extraño. En el aire, inmóvil y pesado, flotaban los aromas del café y la bollería y el toque acre de los cigarrillos de alguien. Terminé la carta de Treena (me habría llamado, dijo, pero no se podía permitir las tarifas de las llamadas al extranjero). Había obtenido las mejores notas de su promoción en Contabilidad 2 y se había echado novio, Sundeep, quien trataba de decidir si trabajar en el negocio de importación y exportación de su padre y tenía unos gustos musicales incluso peores ...